24 de octubre de 2008

La Construcción de la Realidad I


La construcción de la realidad, es decir, cómo le damos forma, sentido y significado a todo lo que nos ocurre, es uno de los temas más fascinantes de las Neurociencias.

A continuación exponemos cómo opera este fenómeno, en relación al proceso de la visión, principal puerta de entrada de información al sistema nervioso. Esta síntesis, se basa en lo que expone Edgar Morin (1994) en su libro “El Método III: El conocimiento del conocimiento”.

Primero, tenemos que las células de la retina computan las variaciones luminosas y transmiten la información en forma de potenciales de acción a las áreas corticales pertinentes, que a su vez procesan y reenvían los mensajes a otras regiones del cerebro. Así, las diferencias físicas captadas, son transformadas en una representación, una palabra o una idea, emergiendo como productos de un proceso global. En todos estos procesos intervienen esquemas y categorías a priori que permiten el reconocimiento a pesar de las variaciones, los movimientos y las transformaciones en el tiempo. Sólo así es posible reconocer a alguien en la calle a pesar de que haya cambiado su corte de pelo, se haya dejado barba o vista de una manera diferente.
Estos esquemas fundamentales, se combinan con otros intermediarios y flexibles, permitiendo identificar objetos nuevos según un tipo (una mesa) o formas nuevas (escritura china).
Frente a situaciones inéditas, se modifican o incluso, inventan esquemas y se erige una arquitectura flexible a partir de la cual se construye la representación. Así, esta aparece como una síntesis cognitiva dotada de cualidades tales como globalidad, coherencia, constancia y estabilidad. Son precisamente estas características de nuestro aparato perceptivo, las que le dan al mundo la consistencia y estabilidad con el que lo vemos. Su carácter dinámico y constructivo es lo que nos permite corregir, completar o enriquecer nuestras representaciones recurriendo a cambios de ángulo o de distancia. Esta es la razón por la que podemos percibir sin que nos interfieran las sacudidas de la cabeza y los ojos, las variaciones de ángulos, las diferencias de distancia, etc. Las propiedades integradoras de la percepción nos permiten darle al mundo una cierta estabilidad y consistencia. Por otra parte, al intercambiar y compartir nuestras impresiones con otras personas, podemos enriquecer y objetivar la percepción que nos hacemos de las cosas.